Este es el segundo libro de historias y recetas de Ana Pomar. El primero de ellos,
“Sabores de la memoria”, fue publicado por Emecé en 1994 y reeditado en varias
oportunidades (Periplo ediciones, 2012). El título enunciaba el punto de partida y el
meollo de su trabajo, el sentido más hondo que se respira en aquellas páginas y que se
sigue respirando en estas. Y es la manera en que los sabores, los aromas, las recetas
familiares, las que después aprenderemos al pasar los años, se funden con los recuerdos,
los sentimientos, las nostalgias, en suma, con la sustancia de nuestras vidas. Desde aquel
momento inefable en que el bebé pasa de la teta a la mamadera y después a la papilla,
cada nuevo sabor incorporado es un peldaño más en el camino de nuestra experiencia y
nuestra historia.
La vida toda -desde una infancia feliz hasta momentos iluminados por la emoción
o la gracia- es el territorio fértil de estas historias.
Recordando sus veranos en Córdoba dice Ana Pomar: “Delirar por el sol,
ahogarse y resucitar, que te duela el cuerpo porque estás creciendo, ser felices,
despiadados, que te pique el alacrán, el uriburu, la coral, enamorarse a los ocho años, ser
sirena, ser hada, respirar todo el aire de la sierra cordobesa, que explote el sifón de soda
y te cercena la arteria, desangrarse hasta morir, creer en dios, no creer, creerle a mi
prima Lila y tener ángel de la guarda, pasarle ortigas a Pipo por las piernas regordetas,
comer la sandía a la hora de la siesta. Así pasaban los días.”
Días de infancia que son el aleph donde se refleja la innumerable experiencia que
traerá el mundo. Y su correlato, apaciguador y gozoso, siempre está cerca, en el pequeño
universo de la cocina familiar donde siempre habrá una abuela, una madre, una hija,
perpetuando una cocina imaginativa y generosa capaz de multiplicarse y tener siempre
algo más que ofrecer. Es allí donde el vínculo primero entre amor y cocina se vuelve
fundante.
Todas estas historias están pobladas de personajes familiares -tíos, primos,
vecinos, amigos- cada cual con su virtud, su extravagancia, o su odioso defecto. Y todas
resuenan en nosotros de manera entrañable. Será porque en todas partes se cuecen
habas, como dice el refrán. Y ese es uno de los motivos. Pero si nos reímos a carcajadas,
sonreímos o nos ponemos tristes al leer estas páginas, es sobre todo porque quien las
hace vivir es una Shéhérezade. Una voz literaria que con gracia y sencillez nos envuelve
y nos endulza con su hilo de almíbar. Es Ana Pomar escritora transformando sus
experiencias y sus recetas personales en páginas que se siguen saboreando mucho
después de haberlas leído.